Surcando el estrecho

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Todo ocurrió un soleado jueves del mes de Agosto. Tomamos rumbo a Tarifa desde San Fernando, con la emoción a flor de piel. Puede parecer chistoso, pero entre mis sueños se hallaba poder contemplar a estos mamíferos gigantes en libertad, porque no hay nada más bello que ser libre.
Una vez que habíamos retirado nuestros tickets para embarcar nos dirigimos al puerto junto al personal de la empresa colaboradora de avistamientos de cetáceos. Hicimos la excursión en una embarcación de poca envergadura, y lo preferimos así por aquello de huir de grandes masificaciones que te impiden disfrutar como se merece. No hizo falta adentrarnos mucho en el mar, pues nada más salir ya divisamos un grupo de juguetones delfines deleitándonos con saltos imposibles y a los simpáticos y numerosos calderones, cuando los miras parece que te estén sonriendo. Pero nuestro objetivo era otro, esperanzados no quitábamos ojo del agua intentando inmortalizar en nuestra retina la maravillosa imagen de alguna ballena; creímos ver una, guiándonos por la característica estela que había dejado a su paso. Son animales pesados y de movimiento pausado, algo que los convierte en seres vulnerables frente al paso de grandes embarcaciones. Lo que no vimos fue ningún cachalote, no, no había ningún rezagado por ahí. Seguimos pues con nuestro cometido y, tras poco más de media hora de viaje, el biólogo de a bordo nos informó que desde la zona de mandos habían observado el soplo de agua, y ahí sí, mi corazón latía con fuerza y mi nerviosismo aumentaba en consonancia con los gritos eufóricos de los que allí se encontraban. ¡Por fin!, allí estaban ellas, las maravillosas orcas. Jamás pensé que podría disfrutar del fascinante espectáculo de verlas, del privilegio de contemplar cómo una familia de la especie más grande de delfínidos, cazaban coordinándose entre sí. El grupo estaba formado por 9 ejemplares aproximadamente, siendo 3 de ellas crías. El macho predomina sobre la hembra en cuanto a tamaño se refiere, en este caso, éste ha sido observado desde el año 1997, ya que cada año vuelven hasta el estrecho de Gibraltar para alimentarse durante la temporada de verano, sobre dos meses y medio, más o menos.
No nos daba ni casi tiempo a parpadear, no queríamos perdernos ni una sola peripecia de estas singulares criaturas. Sorprende saber que cada miembro cumple una función dentro del grupo, por ello son grandes cazadores, la emboscada es su fuerte, aunque en este caso hacían más uso de la picaresca, pues los pesqueros allí presentes les facilitaban el agotador trabajo de perseguir a los atunes. Cabe subrayar que están dotadas de una gran inteligencia, algo que el hombre aún no ha sido capaz de superar ;))

 

Otra cosa que me llamó la atención fue la impasibilidad con la que los marineros trataban a las orcas, es decir, ante un animal que pesa más de 4 toneladas y puede llegar a medir hasta 9 metros, permaneces como si nada, como el que se encuentra un perrito por la calle. Aunque siendo honesta, para ellos es una faena, y no precisamente buena. Pero como decía alguien aquel día, ellas estaban en el mar mucho antes.
Mientras tanto ellas seguían desplazándose de un barco a otro sin perder ni un segundo. Y en una de esas, se arrimaron a la embarcación y pudimos ver cómo despedazaban la carne de su captura (no apto para sensibleros), aunque yo lo soy, pero entiendo que forma parte de la supervivencia, lo que no pude evitar fue emocionarme al verlas, hasta en tres ocasiones tuve que secarme las lágrimas. Y no me preguntéis por qué, es algo que tienes que sentir, y eso sólo pasa cuando de verdad amas a los animales. Podría quedarme horas y horas observándolas, pero tras pasadas dos horas haciéndolo tocaba volver, nos conformábamos con mirar las casitas blancas que había al otro lado, ¡África está tan cerca!, y eso también vale la pena vivirlo; pero la suerte jugaba de nuestro lado y cuando ya habíamos cogido el rumbo y la velocidad precisa para volver, un barco de gran eslora se cruzó dejando tras de sí un rastro muy atrayente para los inquietos delfines, que nos regalaron todo tipo de peripecias saltando y surfeando la ola antes provocada. Verdaderamente qué inteligencia la suya.
Pero eso no fue todo, bajo el agua pudimos ver otro pez de la familia de los túnidos, el pez Luna, una especie cuanto menos, peculiar.
Y no me quiero extender más, pero ojo, podría porque es un tema que me apasiona, lo que sí os digo es que vale la pena hacer esta excursión, es algo único; tienes la oportunidad de viajar al lugar donde se encuentran dos mares, Océano Atlántico y Mar Mediterráneo para contemplar a estos hermosos animales.
Y ya sabéis, hay que cuidar la Naturaleza para poder seguir disfrutando y aprendiendo de ella.

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Un comentario

  1. David Responder

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